jueves, 4 de agosto de 2011

A la hora del vermut (relato)


A la hora del vermut, el sol de mediodía discurría vivaracho por la plaza de la Catedral y el viento típico de la montaña apaciguaba los primeros calores de agosto de manera envidiable para cualquier animal de ciudad. En la terraza de las bodegas Langa, excelente vinoteca jaquesa, familias enteras bebían vino y reían sin parar mientras los niños correteban, de aquí para allá, sin poder acabarse nunca ese vasito de mosto que nunca pidieron. Yo los observaba, apurando un buchito de buena sidra casera. Esta era la felicidad irreal del verano que, en un próximo invierno, intentará su recuerdo, sin conseguirlo, llenar los bolsillos de unas vidas vacías. La realidad, sin embargo, aunque pareciera ajena no estaba muy lejana a ellos. Justo al lado de la robusta mole de piedra que es la entrada a la románica Catedral de San Pedro de Jaca, un tristísimo violonchelo dejaba escapar de su sarcófago las notas que un músico orondo, de pelo blanco y cara enrojecida por el vodka, hacía brotar a su gusto en boleros especialmente melancólicos rodando por aquel mediodía abrupto. Parecía invisible. La gente paseaba por delante. Algunos, incluso, tarareaban la melodía que ofrecía. Otros golpeaban con el pie y sin querer, el cestillo donde aquel músico sin patria dejaba caer las pocas monedas que había conseguido el día anterior. Yo conocía bien a este hombre. Quizá de cien retazos como este en que, a través de una ventana de bar, veía cómo la vida pasaba por delante de este violonchelista que se empeñaba en detenerla, encerrarla, en la caja de su instrumento. Una vez, lo recuerdo bien, compré unos de sus discos, grabados muy artesanalmente y entonces sus ojos se iluminaron como la nieve en las cumbres cercanas a esta ciudad. Pero hoy ya no hay nieve en las cumbres.

El mediodía llegó a su punto más álgido cuando un grupo folclórico de Puerto Rico, participante en el Festival de los Pirineos, irrumpió con sus cálidos ritmos y su coloridas vestimentas las inmediaciones de la Catedral. La muchedumbre dejó abandonada la terraza del Langa, se agolpó alrededor de los danzantes portorriqueñas, situándose justo delante del vilonchelista callejero que, con expresión seria, apagó el apartato que escupía los acordes de acompañamiento y siguió sentado, esta vez, invisible de verdad y con un instrumento enmudecido apoyado en su hombro. Como un huracán, el grupo de danza y música se marchó por la calle del Obispo arrastrando tras de sí a todo el gentío que, hacía solo unos momentos, tarareaba un bolero sin saber de dónde procedía. En la calle desierta, el violonchelista recogió sus bártulos, su atril y su altavoz. Después se perdió por una calle estrecha. Mientras seguía su marcha con la mirada me preguntaba si él, como yo, había reconocido en los cálidos ritmos de los portorriqueños una de sus viejas composiciones que, hacía mucho tiempo, le había otorgado cierta fama efímera.

22 comentarios:

Anaís dijo...

Marcos, precioso relato lleno de ternura, me ha evocado el sabor de Jaca y me ha dado alguna vuelta de cuerda para mi novela que la tengo un poco dormida y trancurre algún trocito por ahí...
Un abrazo

miquel zueras dijo...

Hermoso relato para esa mágica hora del vermut. Estoy preparando un libro guía de bares de Barcelona y como suelo pasar por esos locales a media mañana lo pienso titular: "Demasiado tarde para café, demasiado pronto para vermut". Toma título largo. Abrazos. Borgo.

MucipA dijo...

Yo me hubiese quedado escuchando al hombre del violonchelo.
Un relato entrañable y muy musical.

Un abrazo.

Mario Salazar dijo...

Me gusta tu relato, me evoca la tranquilidad de una plaza que cambia su habitual paz musical nostálgica y romántica por una más festiva, alegre y ruidosa; me parece muy bien escrito y aún en sus cortas líneas te puedes crear imágenes mentales, aunque confieso que pensé en el siglo XIX más o menos, entre la proximidad a la modernidad pero aún en el pasado. Por cierto comparto el gusto por la elegancia que despliega la música de Sinatra. Un abrazo.

PD: Quería agregar que me gusta compartir con distintos amigos blogueros el gusto por el arte, por eso quería invitarte a hacerte seguidor de mi bitácora y yo me hago de la tuya, para compartir y fraternizar. Espero te animes.

Mario.

Manuel Márquez dijo...

Hermoso, y triste, compa Marcos, recoge muy bien esa esencia de lo humano, siempre presta a atender, sin reflexión, sin concesión, aquello que hace más ruido y más se mueve. El signo de los tiempos...

Un fuerte abrazo y buen fin de semana.

Clementine dijo...

Precioso, Marcos, y tan real como la vida misma. Ójala nos fijáramos más en los pequeños pero valiosísimos detalles, que se nos llegan a hacer invisibles con nada que se nos cruce en su camino. Besos.

Marcos Callau dijo...

Hola Anaís, me alegro mucho de verte por aquí. Esa novela promete. Te confieso que la parte ambientada en el pirineo es la que más me gustará, seguro. Ánimo con ella. Abrazos.

Pues me gusta mucho ese título, Miquel. Ya avisarás cuando salga a la luz. Gracias por tus palabras. Un abrazo.

Me lo imagino, Mucipa. Yo también estaba escuchando su triste bolero. Un abrazo.

Bienvenido Mario. Por supuesto visitaré tu bitácora y acepto tu invitación. Agradezco mucho tus palabras sobre este breve relato. Y también me gusta que hayas pensado en una historia transcurrida en ese periodo de finales del XIX. Un abrazo.

Compa Manuel,muchas gracias. EL ser humano tiene tendencia a escuchar lo que más ruido hace sin atender a la esencia de las cosas. Me ha gustado mucho tu comentario. Un abrazo, espero que tu verena esté siendo estupendo.

Todo merece una pizca de nuestra atención y en "aquellas pequeñas cosas", como decía Serrat, existe la felicidad de esta vida. Gracias Clementine. Un abrazo.

♥ ♣ ֵֶєρσ¢ค ∂σяค∂คֵֶ♣ ♥ dijo...

Qué ciegos estamos a veces ¿verdad? nos dejamos llevar por nuestra primera impresión sin darnos cuenta o "no querer ver" cual es el mensaje que hay detrás.
A mí me conmueven esta gente que diambula por las calles ofreciéndo ese soniquete para conseguir unas monedas. Siempre me quedo con la mirada perdida en ellos..desde lejos, y me pongo a pensar...
Recuerdo cuando fui a Italia...las calles de Milán, estaban bañadas de flores, de gente en bonitas bicicletas... y de esa música de fondo tan bonita que las hacía tan especial. Eran personas dejadas, mal vestidas pero que regalaban verdaderas joyas para los oidos, y sin embargo ...pasaban de paso.
Bonita historia Marcos, y encima en la mejor hora..la del vermouth jejej...no veas cómo me gusta esta hora los domingos...¿Te has propuesto alguna vez escribir un libro? porque lo haces genial...
Un besito grande y feliz finde...

Marcos Callau dijo...

No hago otra cosa que proponérmelo, Época jejeje De hecho, al menos ya tengo una colección de relatos jeje. Yo creo que ya no tengo cura porque la de escribir es una afición demasiado fuerte ya. Me alegro que te haya gustado el relato. Además es real. Besos.

Pepe Cahiers dijo...

Esos músicos callejeros y sus historias ocultas que impregnan de nostalgia las calles.

Marcos Callau dijo...

¿Qué sería de esas calles, sin ellos? Gracias Sr. Cahiers por xcomentar. Abrazos.

Tania Alegria dijo...

Mis congratulaciones por la excelencia de ese relato. Me alegra la suerte que me hizo detenerme en su esquina.
Desde Lisboa, un saludo cordial y un abrazo afectuoso.

Marcos Callau dijo...

Bienvenida Tania. Me alegra que te hayas detenido por esta esquina y que lo comentas aquí. Mil gracias y vuelve a detenerte siempre que quieras. Saludos a Lisboa desde Jaca.

Marcos Callau dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Marcos Callau dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Un triste y nostálgico relato que en plena canícula, hace añorar esa nieve de las altas cumbres.
Un abrazo.
Javier

Princesa115 dijo...

Un bonito relato Marcos, cargado de ciera emocionalidad y sensibilidad.
Para mí, personalmente, no hay comparación musical...hubiera preferido los sones del violonchelo.Pero lo cierto es que hay gusto para todo.

Un beso

roberto dijo...

Jaca te inspira de maravilla, Marcos.

Myra dijo...

Hola, Marcos. Un relato muy tierno, triste y nostálgico. Siempre que hablas de Jaca retrocedo hasta mi niñez y quiero verme en algunas de tus líneas.
Yo me quedo, de todas todas, escuchando el bolero..

Un beso

Marcos Callau dijo...

En ciertas cumbres aún resiste pequeños rastros de nieve, Javier. Un fuerte abrazo.

Yo también prefiero el sonido del violonchelo, Princesa. Gracias por pasar. Besos.

Estos días voy sobrado de tiempo y se nota jeje. Gracias Roberto. un abrazo.

Seguro que tengo por ahí algún personaje con el que te identificarás, Myra.Iremos probando. Besos.

William De Baskerville dijo...

Buenos dias, Marcos.

Muy buen relato, entrañable y nostálgico.

Una de las cosas que más me gustan al leer es poder ver la escena o el momento que esoy leyendo, y se puede imaginar perfectamente.



Pd: Para mi tambien Barbra es un lujazo. Sé el ultimo trabajo que me comentas, y lo tengo anotado.
La verdad que es una voz que se adapta a todos los colores y notas y no le pasa el tiempo.

Abrazo!

Marcos Callau dijo...

Hola William. como ves, tengo bastante abandonado el blog de canciones traducidas y es que creo que va a pasar a mejor vida. El último trabajo de Barbra es altamente recomendable. Me alegro de que consigas contemplar imagenes al leer este relato. Muchas gracias. Un abrazo.