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jueves, 28 de julio de 2011

La mirada de Loretta Young


Es una calle que nunca caminamos
en esta ciudad que conoce nuestros pasos.
Es un leve rencuentro pasajero
con aquella noche que abrazamos
como se abraza a un incendio.


Puede ser solo una percepción
sugerida por el lastre de la añoranza
pero juraría que, cuanto más se acerca el verano,
más potente me golpea tu recuerdo
en el centro de la resignación.


Y es que
el verano es rojo, como tus labios
La pasión es un rubor de tus mejillas
que encarna al amor
y las cerezas son solo un fruto
prohibido y alejado,
olvidado del invierno.


Puede ser solo un espejismo
pero juraría que las calles del verano
en esta maldita ciudad
están impregnadas de tu esencia
-Tan solo una bocanada y vuelvo a sentirte,
vuelvo a sentirme joven-


Tu recuerdo, desde hoy, es loco y desenfrenado
sugerente y desinhibido
como todas aquellas actrices
que, en los años treinta,
prescindían de la ropa interior
para todas sus fiestas.
Tu recuerdo es persistente
al paso de los años,
vivo y límpido
en cualquier cosa intangible
pero vital.


Pero ahora, en la quietud de la noche,
por despistar a la memoria,
he decidido embriagarme una vez más
con el buen cine, de las sombras y los grises,
del blanco y el negro.
He intentado enamorarme otra vez
con un primer plano
de la bella protagonista,
con un beso inesperado
o con el ritmo en sus caderas
bailando cualquier pieza de jazz


Sin embargo, una vez más,
aquí, en la oscuridad de mi sala de estar,
brillaron fulgurantes los inmensos ojos
de Loretta Young.
Esta noche hablaban de sinceridad,
de juventud y eternidad,
de lo fugaces que se pierden
algunas oportunidades
y lo rápido que pasan ciertos trenes.


Y en el fondo de aquellos
claros ojos sinceros
advertí que todo aquello que me decían
ya lo había escuchado antes
 y aprendí también que aquella noche tan aciaga,
al menos Loretta Young
me miraba por ti.


Este poema fue inspirado, en parte, por una entrada del recordado Antonio (AN-RO), que se puede leer aquí. También de su blog saqué la primera fotografía de Loretta Young.

lunes, 4 de julio de 2011

The stranger (Orson Welles. 1946)

Orson Welles en su ambiguo papel de The stranger
Desde que se celebró la última sesión anual de Libros filmados, a la que lamentablemente no pude acudir, esta obra maestra del señor Welles quedó pendiente en mi haber pues la había visto hacía tanto tiempo que no la recordaba con claridad. De hecho, solía confundirla con The third man (Carol Reed. 1949). Así que, en estos días, he tenido que ver las dos para aclararme un poquito. No obstante, hoy hablaré de The stranger y si queda alguien que no la haya visto todavía, podrá seguir leyendo tranquilamente porque nada importante sobre su final será revelado aquí.
La sombra de Kindler se alarga hastas la cama donde le espera su esposa
 Esta película resulta trepidante desde el ritmo que se establece en su comienzo, cuando vemos a un hombre aparentemente insignificante, huyendo a un país extranjero al que entrará alegando que viaja por motivos de salud. Este hombre llamado Konrad Meinike (Konstantin Shayne), en una secuencia que es un torbellino de luces y sombras, es perseguido por varias personas que le acechan. Meinike consigue llegar hasta Harper, un apartado pueblo de Connecticut, donde al parecer, desea encontrarse con un antiguo camarada. Aparentemente ha conseguido despistar a todos sus persecutores excepto al detective Wilson (Edward G. Robinson) que todavía está sobre su pista. Pero, al entrar en un recinto universitario vacío, Meinike consigue agredir a Wilson y dejarlo fuera de combate. Una vez liberado de su persecutor, se encuentra con Franz Kindler (Orson Welles), antiguo compañero de las SS alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, que vive tranquilamente en Harper, habiendo cambiado su identidad por la de un amable profesor llamado Charles Rankin.
Konstantin Shayne en el papel de Konrad Meinike
Meinike aparece en escena justo el día en que Kindler, bajo la identidad falsa de Dr. Charles Rankin, se dispone a contraer matrimonio con la hija de un juez de la Corte suprema de los Estados Unidos, Mary Longstreet (Loretta Young), para seguir aparentando así una vida normal. En ese primer encuentro y justo antes de la boda, Kindler asesina a Meinike al comprender que este solo ha servido de señuelo para que la comisión de crímenes de guerra, encarnada en el detective Wilson, de con su paradero.
Escena del asesinato de Meinike. Ambos individuos se encuentran rezando y Kindler, mientras implora la piedad de dios, estrangula a su antiguo colega
 Una vez recuperado de la agresión, Wilson decide realizar sus primeras pesquisas empezando por el curioso bar de la ciudad. Wilson sabe que Kindler es un aficionado a los relojes antiguos por lo que decide presentarse en la casa del juez Adam Longstreet (Philip Merivale) aparentando ser otro coleccionista de antiguedades. Invitado a cenar en la casa del juez, Wilson coincidirá en la mesa con Kindler quien aparenta ser el profesor normal por el que se hace pasar. Sin embargo, la charla de sobremesa deriva a la política nazi y es en este punto donde Kindler comete una imprudencia al defender que Karl Marx es judío y no alemán. Esa distinción, que solo sería capaz de hacer un nazi y una actitud cada vez más sospechosa, es la excusa para que Wilson comience a investigar todos los movimientos de Kindler.
Aquí Wilson, sospechando
Loretta Young interpreta perfectamente a una esposa recién casada, enamorada e ilusionada que, a pesar de unas sospechas cada vez más claras, no quiere afrontar la realidad. La tensión de su mirada, en esos grandes ojos claros, va aumentando a medida que avanza la película de forma espectacular. Orson Welles, uno de mis intérpretes favoritos de todos los tiempos, es aquí el asesino cruel que ideó el genocidio y enloquecido por el paso del tiempo, aún confía en el resurgimiento del nazismo. Quizá sea por esta razón que Welles realiza aquí una interpretación más teatral que lo acostumbrado, aunque siempre su manera de actuar es más cercana al teatro. Pero el personaje que más me gusta de toda la película es, sin duda, el detective Wilson. El actor todoterreno, Edward G. Robinson, vuelve a dar con el papel más creíble de toda la cinta. Ya pudiera ser un gángster sanguinario, un detective inteligente o un incauto pintor enamorado de una mujer fatal, Robinson siempre estaba perfecto en cualquier papel que afrontase. Mi admiración por él crece día a día.
El desarrollo de la escena final tiene lugar en el campanario de la torre del reloj
Fotografía publicitaria
Kindler, dentro de una cabina telefónica, está apunto de delatarse

domingo, 22 de mayo de 2011

4ª Sesion "II Ciclo Libros Filmados": The Stranger (Orson Welles. 1946)


Alfredo Moreno nos presenta obra maestra tras obra maestra en el ciclo Libros filmados (organizado por la Asociacion Aragonesa de Escritores) de la FNAC y si ya con Double indemnity o The killers creíamos haber tocado techo, ahora le toca el turno al mejor Orson Welles con su película The stranger (El extranjero). La proyeccion tendrá lugar en la FNAC Plaza España de Zaragoza el martes 24 de mayo a las 18:00. Tras la película, el coloquio a manos del coordinador Alfredo Moreno y Miguel Angel Yusta .

Ademas de la dirección y actuación de un auténtico genio como es Orson Welles, una vez más quisiera resaltar al "actor de los actores", el que lo puede hacer todo y hacerlo bien: mi siempre admirado Edward G. Robinson, en The Stranger con el papel de avispado policía. Y es que ya hiciera de capo de la mafia, ya de un marido sumiso, anulado por una dominante esposa y enamorado en secreto de una mujer que tan solo puede soñar, o de un eminente profesor de Universidad, Edward G. Robinson siempre era perfecto con su papel. El próximo martes tenemos, pues, la oportunidad de volver a disfrutar de él y de un genio inimitable en la historia del cine como fue Orson Welles. ¡Casi nada!

lunes, 21 de diciembre de 2009

"The Bishop's wife" (Henry Koster. 1947)




Son las siete de la mañana y diez minutos. Acabo de finalizar mi turno de noche y contemplo con bastante alegría, que difícilmente puedo disimular, los primeros copos de nieve sobre Zaragoza. He recorrido las calles todavía nocturnas observando la suave huella del primer manto nevado sobre las plazas, los árboles y los coches aparcados y no me he podido resistir al infantil instinto de dejar mis primeras huellas en el suelo. Me ha encantado. Ahora estoy en casa y miro por la ventana que sigue nevando. Espero que al levantarme, al rededor del mediodía, todo esté bien cubierto de nieve. Pero hoy vengo hasta este frío teclado para contarles una cálida y preciosa historia propicia para revisar estas fechas navideñas en las que el desapacible frío invernal echa por tierra cualquier plan de salir fuera pasada la media noche. En lugar de eso, ¿por qué no sentarse a disfrutar de una pareja de estrellas rutilantes en el firmamento del cine clásico?. Hablo de Cary Grany y David Niven en "La mujer del obispo", dos actores impecables en una batalla interpretativa que da como resultado una película estupenda. Por si fuera poco a estas dos grandes estrellas les acompaña en escena Loretta Young con su pulcra belleza casi espiritual, con su halo de bondad que al menos en sus películas hacía muy creíble. Pero la historia también acompaña estas fechas. David Niven es el obispo Henry Brougham, un hombre bueno preocupado y angustiado por la construcción de una majestuosa catedral que sustituya a su humilde parroquia y que no puede llevar a cabo por falta de capital. Esta razón le lleva a suplicar la ayuda de una viuda adinerada que pretende construír una catedral como homenaje a su difunto esposo. El obispo, desesperado, suplica ayuda rezando a Dios y como respuesta recibe la llegada de un ángel llamado Dudley (Cary Grant). Dudley hace comprender al obispo que está tan preocupado por la construcción de la Catedral que ha olvidado las cosas más importantes de su vida, el amor de su esposa (Loretta Young) y de su hija, su familia. Dudley también visita a la viuda adinerada, mecenas de la catedral, y le hace comprender que los vacíos homenajes a su difunto esposo no borrarán la triste realidad ni al oculto pero real amor que sintió por otro hombre. Además el elenco de secundarios de esta película es envidiable. Tenemos a Monty Wooley como un viejo profesor de historia que también recibe la visita del ángel. Elsa Lanchester, la eterna novia de Frankestein, es aquí la leal sirvienta Matilda. James Gleason es el taxista Silvester y Sara Haden interpreta un papel majestuoso como la viuda Cassaway. Por cierto, el director es Henry Koster, un alemán que empezó su carrera en Berlin y en Estados Unidos fue un asiduo de la plantilla de la Metro. Es una película emocionante, con un suave drama que termina por arrancarte una sonrisa, preciosa y navideña. La banda sonora ganó el Oscar. Véanla, no se arrepentirán.