
La media tarde invernal era abandonada por el sol mientras que una esquina fue sorprendida por la temprana noche que, atracándole luna en mano, le sacó hasta la última gota de luz. La ciudad creció en grotescas sombras que tentaban al solitario viandante pero yo, lejos de ser atraído por el destello de las estrellas de neón, me refugié en el mismo bar de siempre donde Charlie pondría buena música y reiría a ritmo de swing con mis increíbles historietas. "Charlie's" era un lugar de copas semioscuro y agradable con música de jazz frenética y divertida o tranquila y triste, dependiendo de la hora y el estado de ánimo de Charlie. En las sombras las parejas se amaban, en la barra los olvidados recordaban y yo, en fin, escuchaba buena música y hablaba con mi barman preferido. Esa noche Diana Krall acariciaba su piano y su voz parecía enredarse em la humareda del ambiente. Era el sensual "Do it again" cantado por la rubia canadiense a cuya voz se adaptaba aquél bar a la perfección. Le pedí a Charlie un martini bien frío y él llenó de forma generosa el tubo, dejando nadar en él tres borrachas aceitunas ensartadas en un futuro incierto.
- Bueno, Charlie, ayer volví a estar en la cama con Sandra. ¡Qué rubia!. Explosiva, fogosa y salvaje, como me gustan a mí. La verdad es que llegué a temer por los pobres vecinos que quisieran dormir, tendrías que haber escuchado cómo gritaba.
Charlie miraba y reía a carcajada limpia mientras me servía otro martini. Me miró con sonrisa de tiburón y dijo:
- A ver si sientas la cabeza con esta de una vez, bribón. Ya va siendo hora, que tienes una edad...
- Pero, ¿qué dices, hombre?. A mí ahora no me pesca una de esas gatas... -respondí con gran despreocupación teatral-
La verdad es que la historia de Sandra ya la traía desde hacía mucho tiempo. Era la quinta vez que contaba a Charlie cómo me metía en la cama con ella. Charlie aún no conocía a Sandra, pero yo... tampoco. Si hubiera sido una historia real sería la bomba. Pero al menos eran mentiras piadosas que hacían reír a Charlie a base de fantasmadas. Era un juego. Él disfrutaba escuchándome haciendo como que me creía y vendiéndome cada vez más martini. Yo, me dejaba emborrachar, por no emborracharme con mis recuerdos. Para mí aquello era un escudo tras el cual ocultarme y ocultar mi realidad. En cualquier caso yo nunca me había acostado con una rubia y mis amores habían sido escasos y bastante mediocres. Así yo iba avanzando en edad mientras en mi vida avanzaba la soledad.
La noche prosiguió y Charlie puso un CD de una voz que no conocía, una mujer que desgajaba sensualmente las primeras notas de "Summertime" haciéndola íntima y asombrosamente suya. Al mismo tiempo que ascendía la canción ascendió mi temperatura al comprobar gratamente la llegada de una morenaza que parecía conocer bien a Charlie. Su sonrisa resplandeció en mitad de la barra del bar e iluminó una preciosa cara de mejillas sonrosadas y labios rojos sangre totalmente naturales, sin ningún tipo de maquillaje. Al mismo tiempo que saludó efusivamente a Charlie a mí me dedicó un verde pestañeo con el que telegrafió "Bienvenido al infierno... si eres lo suficientemente valiente". A juzgar por la largura de sus pestañas hubiera presagiado un gran huracán cuando ella volvió a parpadear al pedir su vodka pero, afortunadamente, el temporal sólo azotó de lleno en mi corazón. El primer trago de vodka fue un reojo delicado y lleno de vicio que me terminó por convencer. En ese momento decidí atacar, como siempre, hablando de cualquier cosa en voz alta y dejando muy claro que soy amigo del camarero. Son armas que dan buen resultado y que me enseñó una gran mujer. La conversación con Charlie versaba sobre la cantante misteriosa que sonaba en aquél momento por los altavoces del bar. Su nombre era Renee Olstead y resultaba ser también actriz. Su forma de cantar recordaba vagamente a la de un saxofón y, aún siendo una cantante contemporánea, parecía sacada del mismísimo Cotton Club del Harlem años treinta. Casi sin darme cuenta la morenaza de la barra se estaba metiendo en la conversación y no me quitaba los ojos de encima. Su mirada era brillante y notaba cómo me traspasaba hasta la médula mientras yo seguía hablando con Charlie. "Me encanta el jazz" -exclamé- y entonces ocurrió el milagro. Aquella belleza aproximo su taburete al mío y comenzó a hablar:
- Eso me llama la atención en un chico tan joven como tú. ¿Cómo te gusta tanto el jazz?. ¿Tienes la edad que aparentas o eres Chet Baker que consiguió al fin hacer el pacto con le diablo?
- Vaya, ¿y a ti?. Tú debes de tener mi edad, más o menos ...
Sí, ella tenía dos años menos que yo. era guapísima, parecía raptada de mi sueño y traída a la realidad por mi ángel de la guarda. Llevaba puesto un vestido ceñido, azul, con generoso escote y una melena negra brillante caía sobre sus delicados hombros igual que la noche tranquila cae sobre el mar. Su piel era blanca y su aroma era tan sensualmente carnal que me hicieron desearla nada más mirar sus labios y percibir su sabor en la distancia. Charlie parecía conocerla, pero no tanto como aparentaba, así que mi plan estaba ya decidido. Sus pupilas brillaban en las mías y el deseo rebosaba en nuestras miradas a la vez que Charlie rebosaba nuestras copas. Sutilmente la invité a mi apartamento porque estaba decidido. Parecía que el día irrumpía en mi noche, en plena medianoche, y un cielo azul se abría ante mis ojos. El sol salió a plena madrugada cuando su sonrisa respondió que esa noche quería dormir en mi cama. Tantas cosas había oído y tan poco me importaban ahora las historias de amores de una noche que me dejé llevar por su rara belleza sin importarme haberla conocido hacía sólo una hora. En su mirada había algo eterno y quería conquistarlo.
De camino las farolas fueron semáforos en rojo que nos obligaban a parar para besarnos. Yo abracé su cuerpo y creí estar en el cielo. Doblamos la esquina que nos conducía a la luna, que esa noche lucía hermosa y enorme, y en la primera estrella a la derecha ella hizo que me detuviera para observar cómo brillaba en sus pupilas la mejor noche de mi vida. La subí a mi habitación y ella se desprendió del vestido con tal facilidad que me pareció sencillo acabar con mi soledad. Pero no acabé yo, dejé que acabara ella mientras desabrochaba mi camisa, me quitaba el cinturón y me devoraba. Estando los dos desnudos ella me abrazó y me besó de la forma más caliente que me habían besado nunca. No se si apagó la luz o me cegó al llamarme "amor" pero pude ver cómo la luna traspasaba la persiana dibujando una cebra en su cuerpo desnudo teñido de añil y curvas irresistibles. El caso es que la cebra me cabalgó invirtiendo el orden del factor y yo tardé bastante en poderla domar. Fue un juego maravillosamente sucio que limpió los malos recuerdos de mi mente. Por un momento creí que mi respiración y la suya eran la misma mientras profería tales obscenidades que creí que su lengua era extranjera. Yo creo que fue ese instante en que ella me mordió el cuello cuando yo rocé el cielo con la yema de mis dedos inundando de verano todo aquél diciembre. Agotados, sin fuerzas, derrotados por nuestras mismas tropas peor con la guerra ganada en ambos bandos ella sen enredó en mis piernas y durmió junto a mi boca después de exhalar un incomparable "te quiero... dime que esto nunca acabará"
Yo me dormí abrazando su suavidad y creyendo que el sueño se había hecho realidad.
Pero, como todo sueño, desperté al día siguiente y su lado de la cama sólo guardaba de ella su aroma. Lo que la luna había dibujado en su cuerpo hoy lo borraba la luz del sol en su hueco de mi cama. Yo me levanté sobresaltado dando una oportunidad a la posibilidad de que ella estuviese en el baño pero ahí no la encontré. En lugar de ella había una nota reposando en el cenicero de la cocina: "Ha sido perfecto y no lo quería estropear así que nunca sabrás nada más de mí. Sólo así permanecerá siendo perfecto. Te quiero."
Ni tan siquiera la firmó porque probablemente su Rebeca era tan sincero como el Tomás que yo le dije. Podría haber encajado la jarra de agua fría de forma más natural pero aquél despertar se me clavó como una daga, igual que su mirada me había traspasado la noche anterior. Fue un instante en mi vida pero la había sentido tan mía que me hubiera casado con ella. Tenía razón en la nota, era perfecta. Ella era perfecta.
La tarde avanzó y la luna volvió a devorar al sol vomitando después las estrellas a su antojo. Hoy no brillaban, parecían pequeños botones blanco marfil, blanco mate. Llegué por la calle de "Charlie's" caminando abatido como James Dean bajo la lluvia en Times Square. Pero al traspasar el umbral del bar me convertí en un Cary Grant triunfante e impoluto.
-¿Qué tal, bribón?. ¿Cómo te fue con mi amiga? -inquirió Charlie-
-Bueno, Charlie, es una pasada, mejor aún que Sandra. Pero, escucha, me ha tomado demasiado cariño y creo que lo voy a dejar ahí. No me gusta repetir, ya me conoces. Siento peligro cuando se encaprichan demasiado conmigo. ¡Lo bueno, si breve, dos veces bueno!...jejeje... lo siento por ella.
- Bien, bien, amigo. Peor sería si fuera al revés y ese bombón te hubiera dejado a tí. La verdad, era tremendamente guapa, simpática, una mujer de la que te puedes enamorar con facilidad...¡qué suerte que no haya sido así!, ¿verdad?.
Su respuesta era de esperar pero el tono de su voz fue diferente y pude advertir que aquella vez ya no me había creído mi historieta. El bueno de Charlie parecía haberme desenmascarado. "Bueno, Charlie, pónme un martini" -dije yo para desviar la conversación-. Esta vez Charlie me sirvió una copa pequeñísima donde una roca de hielo era rodeada por una ínfima laguna medio seca de martini.
- Pero...¿qué es esto Cahrlie?
- Ya sabes, amigo. Lo bueno, si breve... y Frank Sinatra sonó a todo volumen
THE END
Publicado en Jazzmen (Cartonerita Niña Bonita. 2011)
Para ponerle banda sonora: "Summeritme" (Renee Olstead)