Los dos protagonistas de la película (camión y coche) dispuestos a enfrentarse al duelo en la carretra
Sería injusto por mi parte no reconocer la importancia que tuvo el cine de Steven Spielberg en mi infancia. Crecí con E.T., Encuentros en la tercera fase, Tiburón o las aventuras de Indiana Jones y ya en mi adolescencia, me sorprendió gratamente con Jurassic Park. Todas estas películas están irremediablemente en la memoria de mi infancia. No obstante, aparte de este recuerdo sentimentaloide sobre este tipo de cine, no he visto Super ocho y es que, según creo, toda esa magia de los ochenta no se puede resucitar ni trasladar a estos tiempos. Prefiero mantener el grato recuerdo de todos aquelllos títulos que me acompañaron las tardes de cine en los desaparecidos Cine Mola, Fleta, o Don Quilote. Pero para ser sinceros, si tuviera que elegir una película en la extensa y variopinta filmografía de Steven Spielberg, me quedo con El diablo sobre ruedas (Duel) filmada para la televisión y que descubrí en el programa Qué grande es el cine de José Luis Garci. El diablo sobre ruedas es la tercera película en la filmografía de Spielberg y además de ser un homenaje a Alfred Hitchcock, según las propias palabras del director, es una magnífica conversión en celuloide de otro gran relato de Richard Matheson.
Realmente el tráiler es mucho más que esto. Es el predecesor del tiburón en Jaws, el del T-Rex en Jurassic Park y la bola que persigue, aunque sea un instante, a Indiana Jones. Y el hecho de que su conductor sea anónimo es un hallazgo para que, precisamente, el peligro se centre en ese monstruo que, contemplado desde un túnel y con las luces encendidas, parece este camión.
El tráiler, la amenaza, tiene vida propia sin necesidad de ser conducido. Prueba de ello es el contínuo chirríar de suy oxidada carrocería, los rugidos del motor que más parecen un estertor de una bestia lanzando el aliento sobre el cogote de David, su presa. A continuación veremos la primera aparición del tráiler en la carretera: