
Soy consciente amigos bloggeros de que al dedicarme al mundo del cine raramente deposito mi confianza en una película de finales de siglo XX y menos aún del siglo XXI. No obstante de vez en cuando suceden inesperadas sorpresas que le hacen a uno sonreír, recobrar la confianza y encontrarse en definitiva mucho mejor que ayer en el instante de irse a dormir. Nunca es tarde para dejarse convencer y volver a soñar con un mundo irreal más parecido al que nos gustaría vivir, ese planeta donde se pudiera recuperar el pasado que nos quedó pendiente en el tintero, pendiente de arreglar, ese pasado que en la realidad ya no existe. Al ver esta película, al fin bien traducida en su título español, debemos entender que se trata de algo mágico, realmente irreal y hay que estar predispuesto a mirarla con los mismos ojos que vimos "Retrato de Jennie", "El fantasma y la señora Miur", "¡Qué bello es vivir!" o "Horizontes perdidos". Se trata de creer, creer que la muerte no es muerte sino un pasaje a otra clase de existencia, creer en los sueños y luchar por ellos. "Campo de sueños" es un bálsamo en el que se nos ofrece una eternidad distinta a la que nos explicaron en el colegio, una eternidad que reside en los sueños, que aquí no parecen tan intangibles. Luchar por esos sueños precisamente es lo que hace Ray Kinsella (Kevin Costner), un padre de familia que vive con su mujer y su hija en una tranquila choza de Iowa donde cuida de una importante plantación de maíz. Un día cualquiera este sencillo granjero recibirá una señal, una voz que interrumpe la recogida de la siembra en una apacible tarde de verano. Esa voz, de la que se desconoce la procedencia, le dice que debe construir en mitad ("Si lo construyes, vendrá") de su plantación un campo de béisbol para "aliviar su dolor". Parece ridículo que un hombre deba destruir la mitad de su fuente de ingresos para llevar a cabo una empresa tan incoherente pero, después de todo, esa voz bien pudiera venir de su interior y bien pudiera tratarse de cumplir un sueño. Así Ray construye un campo donde rápidamente comienzan a suceder fenómenos muy extraños. La primera señal sucede en una tranquila noche de verano de un domingo cualquiera. Cuando el sol se ha ocultado tras la última montaña los focos del campo de béisbol iluminan a Joe "El descalzo" Jackson (Ray Liotta), un antiguo jugador que no pudo llegar a completar su sueño y fue retirado de la liga de béisbol. Pero Joe "el descalzo" aparece en ese campo, joven, con toda su vida por delante.

La voz misteriosa vuelve a aparecer y va guiando a Ray por todo el país en busca de todo el mundo que tenga pendiente un sueño por cumplir. Así conoce en Indiana a Terence Mann (James Earl Jones), un famoso escritor que ha perdido la fe en todo lo que escribía.

Ray convence a Terence para que le acompañe en busca de Moonlight Grahame (Burt Lancaster), otro jugador retirado que por la mala suerte del destino nunca llegó a batear y convertido después en un respetado doctor.

Así, atando cabos, finalmente Ray Kingsella llega a comprender porqué tuvo que construir el campo. No fue por Moonlight Grahame ni por Joe Jackson. Tampoco fue por Terence Mann. Tan sólo fue por él mismo y por su padre al que perdió demasiado pronto como para demostrarle lo que hoy le echa de menos. El papel interpretado por James Earl Jones es genial, no menos que el desempeñado por Ray Liotta. Pero si hay un papel emocionante, que llega al corazón, es el de Burt Lancaster como Doc "moonlight" Grahame. Es un papel escueto pero digno de un Oscar. Kevin Costner hace un gran papel protagonista y, lo más difícil de todo, hace que te lo creas. "Campo de sueños" ("Field of dreams") es una joyita escondida a finales de los años ochenta.
No comprendo cómo una película sobre béisbol me puede gustar tanto sin tener ni idea de béisbol. Es como si yo hiciera una película en la que construyo una nueva Romareda en mi casa para que vuelva a jugar Nayim con el paquete Higuera... Pero probablemente me gusta tanto esta película porque, en el fondo, no trata sólo de béisbol.

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