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lunes, 5 de septiembre de 2011

La grandeza de una miniatura (Relato)



Cuando el sol parece derramarse por todo el cielo, en esa precisa hora en que todas las conversaciones del mundo caen en silencio, para contemplar un nuevo atardecer como si fuera el último, el ocaso atrapó también el semblante de Pablo. Lo vi en sus ojos. Embutido frente a mí, sentado a la mesa de mi despacho, nunca lo había visto tan hundido, tan insignificante. Realmente era un hombre derrotado. Tal era su lealtad, tan acusada su empatía, que al haberme apabullado con todas aquellas nefastas noticias, en lugar de quedar aliviado, su aspecto se tornó tan apesadumbrado que me sentí el hombre más ruin de este mundo. Si hubiera podido, en aquel instante, le hubiera entregado cualquier cosa que necesitara, pero lo malo es que ya no me quedaba nada para poder dar. De tal manera, sintiéndolo mucho, me despedí de él y su figura desapareció con las últimas notas de color que interpretó el atardecer.

Las sombras me abrazaron y quedé solo, en silencio, en ese gran caserón que al día siguiente ya no sería de mi propiedad. Por las paredes parecían entonces desparramarse los primeros besos de mi amada, sus te quiero incomparables y aquellos nomeolvides recién regados, justo antes de olvidarnos. Dentro de una vieja televisión apagada, en algún rincón de su armazón, se reproducía el recuerdo de los fotogramas eternos, para siempre en mi memoria, de todas aquellas películas que veíamos juntos, cada noche después de cenar. En las esquinas del largo pasillo que conduce a la sala, aún tropezaba el recuerdo de los primeros pasos que dieron por él mis hijos y de aquella última fiesta de cumpleaños ahora quedaba solo un pequeño hilo de humo, de una vela que tardó demasiado en apagarse. Me pregunto dónde estarán ahora todos ellos, mi mujer, mis hijos; todos olvidados de mí. Seguramente lo merezco pero tan solo quisiera saber cómo reaccionarían ahora que lo he perdido todo y desde la ruina, ya no conozco mi orgullo. Ahora, después de no haber cenado, tampoco me gusta el guión de esta última película que tendré que ver en soledad.
Es muy duro pero así es la realidad. Sacrificas todo por hacer una fortuna y de un día para otro, encuentras la difícil tarea de tener que luchar para sobrevivir. Se acabaron las largas estancias en Montecarlo, los viajes a París o las entrevistas para las revistas importantes. De un plumazo la vida me robó lo que antes me había regalado sin esfuerzo. Ahora solo podré vivir con lo que obtenga en la venta de la última propiedad que me queda. Esta noche promete ser larga y en estas horas es cuando realmente añoro la existencia de alguien que me espere con los brazos abiertos. Pero todo es inútil. Creo que la mejor opción será no despertar mañana.




Efectivamente. El hombre rico, arruinado, había llegado a la conclusión de que, antes de cambiar de vida, era mucho más conveniente abandonar, terminar con la tortura que se avecinaba. Lo tenía todo cuidadosamente preparado. Sobre el escritorio yacía una nota con sus últimas voluntades pues las deudas nuncas las quiso declarar. Para la ocasión vestía un elegante esmóquin y un pañuelo rojo sobresaliendo por el bolsillo. Al menos, se dijo, moriría elegante. Solemnemente y sin titubear abrió el falso fondo del armario e introdujo la combinación de la caja fuerte. Un Astra del 43 esperaba en el interior con el tambor lleno, preparado para las emergencias. Nunca supuso que fuera así la primera situación para utilizarlo. Pero al coger el revólver, en un descuido, tiró al suelo una vieja bolsita que lo acompañaba en ese triste reducto de la caja fuerte. Era un saquito de lana blanco, sucio y bien anudado, que aquel hombre casi había olvidado. Cuidadosamente dejó el revólver en el suelo y abrió la bolsa. En su interior encontró un pequeño coche de miniatura a escala 1:64 con el que, en su infancia, había jugado en innumerables ocasiones. Se trataba del primer coche que obtuvo de la que, con los años, sería una gran colección de miniaturas. Era un pequeño Renault 18 al que casi ya no le quedaba ni rastro de la pintura roja que lo cubría. De rodillas, con aquel juguete entre sus manos, recordó un día en que el mundo era joven y los abrazos de su madre aún conseguían conservar intactos todos los sueños. Su mirada se nubló cuando decidió ponerse en pie, tomar el revólver y dirigirse al escritorio. 


En madrugadas como aquella, las sombras suelen acosar de tal manera que parecen aferrarse al cuello de su víctima hasta ahogarla. En ese momento tan solo hay que buscar un cabo atado a la realidad, un señuelo en nuestra historia que nos deje continuar. Nuestro hombre arruinado rompió en pedazos sus últimas voluntades y destrozó el revólver contra las paredes de su habitación. Al amanecer de aquella siniestra noche, con aquel juguete entre las manos, miró al cielo con una irónica expresión y pensó que sería buena idea poner una de esas películas que tantas veces había disfrutado. Pero tan solo al ver la introducción, después de que salieran las grandes letras del título, detuvo la reproducción. Se levantó del sillón y cogió el pequeño juguete que aquella noche había sido su salvación. Lo situó en un expositor y a sus pies colocó un pequeño cartelito donde se podía leer solo un nombre: Rosebud. Recordó entonces que el cine también era una buena razón para vivir, una constante lección para aprender.

Pues eso, un relato dedicado al cine y a Orson Welles...¿cómo no? Sí, las fotografías son caseras. Ese pequeño Renault 18 reproducción Majorette fue el primer regalo cuando cumplí tres años, en 1984, según me contaron.

The Promise (Bruce Springsteen) Una canción sobre las promesas rotas y las promesas importantes:

lunes, 4 de julio de 2011

The stranger (Orson Welles. 1946)

Orson Welles en su ambiguo papel de The stranger
Desde que se celebró la última sesión anual de Libros filmados, a la que lamentablemente no pude acudir, esta obra maestra del señor Welles quedó pendiente en mi haber pues la había visto hacía tanto tiempo que no la recordaba con claridad. De hecho, solía confundirla con The third man (Carol Reed. 1949). Así que, en estos días, he tenido que ver las dos para aclararme un poquito. No obstante, hoy hablaré de The stranger y si queda alguien que no la haya visto todavía, podrá seguir leyendo tranquilamente porque nada importante sobre su final será revelado aquí.
La sombra de Kindler se alarga hastas la cama donde le espera su esposa
 Esta película resulta trepidante desde el ritmo que se establece en su comienzo, cuando vemos a un hombre aparentemente insignificante, huyendo a un país extranjero al que entrará alegando que viaja por motivos de salud. Este hombre llamado Konrad Meinike (Konstantin Shayne), en una secuencia que es un torbellino de luces y sombras, es perseguido por varias personas que le acechan. Meinike consigue llegar hasta Harper, un apartado pueblo de Connecticut, donde al parecer, desea encontrarse con un antiguo camarada. Aparentemente ha conseguido despistar a todos sus persecutores excepto al detective Wilson (Edward G. Robinson) que todavía está sobre su pista. Pero, al entrar en un recinto universitario vacío, Meinike consigue agredir a Wilson y dejarlo fuera de combate. Una vez liberado de su persecutor, se encuentra con Franz Kindler (Orson Welles), antiguo compañero de las SS alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, que vive tranquilamente en Harper, habiendo cambiado su identidad por la de un amable profesor llamado Charles Rankin.
Konstantin Shayne en el papel de Konrad Meinike
Meinike aparece en escena justo el día en que Kindler, bajo la identidad falsa de Dr. Charles Rankin, se dispone a contraer matrimonio con la hija de un juez de la Corte suprema de los Estados Unidos, Mary Longstreet (Loretta Young), para seguir aparentando así una vida normal. En ese primer encuentro y justo antes de la boda, Kindler asesina a Meinike al comprender que este solo ha servido de señuelo para que la comisión de crímenes de guerra, encarnada en el detective Wilson, de con su paradero.
Escena del asesinato de Meinike. Ambos individuos se encuentran rezando y Kindler, mientras implora la piedad de dios, estrangula a su antiguo colega
 Una vez recuperado de la agresión, Wilson decide realizar sus primeras pesquisas empezando por el curioso bar de la ciudad. Wilson sabe que Kindler es un aficionado a los relojes antiguos por lo que decide presentarse en la casa del juez Adam Longstreet (Philip Merivale) aparentando ser otro coleccionista de antiguedades. Invitado a cenar en la casa del juez, Wilson coincidirá en la mesa con Kindler quien aparenta ser el profesor normal por el que se hace pasar. Sin embargo, la charla de sobremesa deriva a la política nazi y es en este punto donde Kindler comete una imprudencia al defender que Karl Marx es judío y no alemán. Esa distinción, que solo sería capaz de hacer un nazi y una actitud cada vez más sospechosa, es la excusa para que Wilson comience a investigar todos los movimientos de Kindler.
Aquí Wilson, sospechando
Loretta Young interpreta perfectamente a una esposa recién casada, enamorada e ilusionada que, a pesar de unas sospechas cada vez más claras, no quiere afrontar la realidad. La tensión de su mirada, en esos grandes ojos claros, va aumentando a medida que avanza la película de forma espectacular. Orson Welles, uno de mis intérpretes favoritos de todos los tiempos, es aquí el asesino cruel que ideó el genocidio y enloquecido por el paso del tiempo, aún confía en el resurgimiento del nazismo. Quizá sea por esta razón que Welles realiza aquí una interpretación más teatral que lo acostumbrado, aunque siempre su manera de actuar es más cercana al teatro. Pero el personaje que más me gusta de toda la película es, sin duda, el detective Wilson. El actor todoterreno, Edward G. Robinson, vuelve a dar con el papel más creíble de toda la cinta. Ya pudiera ser un gángster sanguinario, un detective inteligente o un incauto pintor enamorado de una mujer fatal, Robinson siempre estaba perfecto en cualquier papel que afrontase. Mi admiración por él crece día a día.
El desarrollo de la escena final tiene lugar en el campanario de la torre del reloj
Fotografía publicitaria
Kindler, dentro de una cabina telefónica, está apunto de delatarse

domingo, 22 de mayo de 2011

4ª Sesion "II Ciclo Libros Filmados": The Stranger (Orson Welles. 1946)


Alfredo Moreno nos presenta obra maestra tras obra maestra en el ciclo Libros filmados (organizado por la Asociacion Aragonesa de Escritores) de la FNAC y si ya con Double indemnity o The killers creíamos haber tocado techo, ahora le toca el turno al mejor Orson Welles con su película The stranger (El extranjero). La proyeccion tendrá lugar en la FNAC Plaza España de Zaragoza el martes 24 de mayo a las 18:00. Tras la película, el coloquio a manos del coordinador Alfredo Moreno y Miguel Angel Yusta .

Ademas de la dirección y actuación de un auténtico genio como es Orson Welles, una vez más quisiera resaltar al "actor de los actores", el que lo puede hacer todo y hacerlo bien: mi siempre admirado Edward G. Robinson, en The Stranger con el papel de avispado policía. Y es que ya hiciera de capo de la mafia, ya de un marido sumiso, anulado por una dominante esposa y enamorado en secreto de una mujer que tan solo puede soñar, o de un eminente profesor de Universidad, Edward G. Robinson siempre era perfecto con su papel. El próximo martes tenemos, pues, la oportunidad de volver a disfrutar de él y de un genio inimitable en la historia del cine como fue Orson Welles. ¡Casi nada!

martes, 2 de marzo de 2010

Jane Eyre (Robert Stevenson. 1944)


Hoy la tarde en Zaragoza estaba hecha para pasear. Después de caminar varias horas por el casco antiguo y habitar en variados Cafés de la zona, sin darme cuenta, llegué a la noche y en el cielo se extendió una enorme luna llena y amarillenta rodeada por un nebuloso halo de misterio. La noche una vez más invitaba al blanco y negro, al misterio, a relato novelesco y...en definitiva, invitaba a Orson Welles. Elegí "Jane Eyre", de 1944.
De los entresijos ocurridos durante los rodajes de estas películas clásicas conozco algunos turbulentos pasajes de la historia del cine que normalmente corresponden a mis actores favoritos (Frank Sinatra, Ava Gardner, Humphrey Bogart, Cary Grant...). En cuanto al resto de las películas, muy a mi pesar, soy un perfecto ignorante de las circunstancias que acontecieron durante el rodaje. Cuando llego a una película tan impactante como la versión que en 1944 rodó Robert Stevenson sobre la obra "Jane Eyre" de Charlotte Brontë (1847) me pregunto simplemente cómo Orson Welles no está reflejado como el director de la misma. La respuesta, probablemente, está en que formó parte del equipo de producción. Productores a parte la mano maestra o "toque mágico" de Orson Welles se intuye desde la primera escena de la película hasta el fotograma final, pasando por la impresionante primera aparición de Sir Edward Rochester montando a caballo en la niebla (puro Welles). En mi opinión es una gran adaptación de la novela de Brontë en donde se rescata a la perfección todo el ambiente del que la escritora de Yorkshire quiso impregnar su obra. No es necesario decir que el blanco y negro es el único y perfecto formato bajo el cual imagino una adaptación semejante. Esta obra, en color no hubiera resultado ni la mitad de misteriosa.

La película transcurre sobre un fondo de escenarios tétricos, fantasmales con inconfundibles influencias del expresionismo alemán y de "Rebecca", la obra que rodó en 1940 Alfred Hitchcock. Hay muchas similitudes con la película de Hitchcock, como las hay también entre las dos novelas. Parece que Daphne du Maurier inspiró su Manderley de Rebecca (1938) en el Thornfield de Jane Eyre y ésta similitud también es notable en ambas películas. Pero sigamos con "Jane Eyre", película. La historia nos sumerge de lleno en la desdichada infancia de Jane Eyre junto a la despiadada señora Reed protagonizada por Agnes Moorehead (Endora en "Embrujada"). Durante la despiadada etapa de Jane en el internado conocerá a la única amiga de su infancia que es un pequeño papel interpretado por una niña llamada Elizabeth Taylor. Más tarde, en la juventud, Jane Eyre está protagonizada por Joan Fontaine en uno de sus papeles más redondos de su carrera después de haber triunfado ya con "Rebecca". Jane Eyre se presenta para ocupar el cargo de institutriz en Thornfield, el castillo de un hombre inmensamente poderoso llamado Sir Edward Rochester (Orson Welles). A partir de ahí la película toma el giro romántico esperado salpicado por una gran dosis de lúgubre misterio que resulta perfecta. El inmenso papel de Orson Welles, caminando entre las ruinas de los aledaños de Thornfield, es uno de las interpretaciones que más me han emocionado. Su rostro de piedra, iluminado en luces y sombras, a penas pestañea mientras transcurren los largos primeros planos entre él y Joan Fontaine. Bajo mi opinión es un papel insuperable, teatral, propio de un genio.
Ahora veamos la impresionante aparición de Orson Welles en la niebla: