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martes, 19 de abril de 2011

Cuando acaba la música


Las tardes en aquel Café sin más palabras
que, en tus ojos, la declaración de tu mirada.
Las tardes en aquel Café, Musical, sin más música
que, en tu sonrisa, el sonido de mi felicidad,
se fueron diluyendo , lentas,
como una pequeña llama temblorosa
al borde del candil.

Fueron todos momentos soleados
de primaveras soñadas y veranos apaciguados
Pero, como cada luna, duró un segundo;
el tiempo que tarda en caer una máscara
de un rostro de invierno.
Y abril fue añil y hubo lluvia,
leve pero triste, sobre tus pupilas.
Creo que en ese instante
el mundo dejó de girar y de importar
y dejó de avanzar también la vida

Anocheció en El Musical y fue el silencio,
melodía de tu ausencia.
Pausa eterna.
Sonó el despertador, el de la antigua vocación,
pero no me dio la vida,
esta vez no,
y tampoco fue un dios.
Encontré con él
una habitación en ruinas y un espejo roto
que, al fin, devolvió mi reflejo.
Ahora dime
¿Crees que será demasiado triste
terminar sin historia?

"Tesoros" (Antonio Vega)

lunes, 21 de marzo de 2011

Segunda sesión del II Ciclo Libros Filmados : Double indemnity (Billy Wilder. 1944).

Inolvidable Barbara Stanwyck en "Perdición"
 El próximo martes 22 de marzo, dentro del segundo ciclo de Libros filmados, (organizado por la AAE) podremos disfrutar de una obra maestra absoluta: Perdición, de Billy Wilder. A partir de las 18:00, en la FNAC de Plaza España de Zaragoza, estará la proyección. A las 20:00 comenzará el coloquio con Alfredo Moreno a quien esta vez acompañará la escritora Estela Alcay para hablar de la novela de James M. Cain. Como maestro de ceremonias, como siempre, presentará Miguel Ángel Yusta. Ahiora un video con escenas de la película, para abrir boca:

martes, 1 de junio de 2010

Double Indemnity (Billy Wilder. 1944)


Esta madrugada de martes en que las luces de la ciudad se empiezan a apagar tímidamente alargando así las sombras de esta inmensa y calurosa noche de primavera, he esperado al momento en que el rojo neón de cierta bebida burbujeante dejara su rastro encarnado en el oscuro caos celestial tiñendo por completo mi skyline particular. En este preciso momento en que todo piensa en dormir yo me sumerjo en la placentera labor de reseñar una de las obras maestras del noir, por puro regocijo personal. En "Double indemnity" descubrimos al especialista en géneros Billy Wilder a merced del cine negro con la inestimable ayuda del novelista Raymond Chandler para adaptar la novela de James M. Cain del mismo título. En sus manos tenían una de la historias más sombrías y sexualmente turbulentas de las que hasta ese momento se habían llevado a la gran pantalla. Billy Wilder había llegado diez años atrás a Estados Unidos escapando de la persecución nazi y desde 1934 había rodado ya allí dos películas, sin contar su debut en Paris con "Curvas peligrosas". Igual que para Chandler fue "El sueño eterno" para Wilder fue "Double indemnity" en cuanto a estrenarse en un género ya que, hasta entonces, no había realizado ninguna incursión en el cine negro. Su estreno no pudo ser mejor. No sólo siguió sentando las bases de lo que debía ser la novela negra trasladada al cine sino que dirigió una de las películas más valoradas y respetadas de este género a lo largo de la historia. Para ello, desde luego, fue un acierto contar con Chandler para el guión después de desechar la idea del propio autor de la novela. Para esta película Wilder contó con Fred MacMurray quien, en mi opinión, desempeña aquí el mejor de todos los papeles que le he visto interpretar. A sus espaldas MacMurray ya llevaba más de cuarenta película y había demostrado su versatilidad para cualquier tipo de papel. Por eso, este protagonista cínico y malvado que no cae bien ni al espectador, le vino como anillo al dedo.

Desde el comienzo Wilder centra la atención del espectador en el personaje de MacMurray, Walter Neff, un vendedor de seguros de una compañía convencional que vuelve de madrugada a las oficinas en un estado lamentable. Con la cara magullada, herido y con el traje roto Neff accede al edificio pidiendo paso al Vigilante nocturno. Al llegar a su despacho comienza a grabar la narración de la historia. En mi opinión, es uno de los mejores comienzos de la historia del cine. Esa ciudad de Los Angeles sumida en la niebla, ese Dodge a toda velocidad que está a punto de chocar con un repartidor del Los Angeles Times y la forma de presentar al protagonista es ya una clara conquista al espectador.

Seguidamente a este prometedor comienzo, la película está contada en espléndida retrospectiva. Después de ver al protagonista machacado y perdido volvemos a los primeros días en que "la mujer fatal" todavía no se había cruzado en su camino. Fue una tarde como otra cualquiera en que Walter se disponía a visitar a uno de sus clientes para ofrecerle un nuevo tipo de seguro. Pero el cliente no está y en su lugar está su rubia y apetitosa esposa, Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck). Con la consabida insinuación que esta clase de mujeres tienen ya impresa en su personalidad de manera casi innata Phyllis intenta pervertir al vendedor de seguros para firmar por su marido una cláusula de "doble indemnización" por si éste fallece en "accidente". Walter, que parecía ser un hombre íntegro y con algún escrúpulo, no tarda en ser convencido por la mujer casada que rápidamente finge estar enamorada de él . Phyllis y Walter, después de conseguir la firma del señor Dietrichson, planean el asesinato de éste antes de coger un tren que el asegurado tomará en un par de días. Consumado el asesinato Phillys y Walter comienzan a vivir el peor calvario de sus vidas a lo largo de una lenta muerte anunciada. Y es en este momento cuando emerge la figura incombustible e imprescindible en esta película: Edward G. Robinson, jefe de Walter y experto en desenredar casos extremadamente complicados como éste en favor de la compañía aseguradora. Aceptar este papel secundario, aunque suclento, para un actor como él que ya estaba cansado de llevar todo el peso de decenas de películas de este género dice mucho en favor de Edward G. Robinson que, una vez más, con su papel redondea la película convirtiéndola en, simplemente, perfecta.

Para mí los mejores papeles son los que desempeñan MacMurray y Robinson. En cuanto a la "mala malísima" interpretada por Stanwyck se podría decir que está a la altura de lo que requería el guión. Uno de los mayores logros en esta historia y su originalidad puede que sea lograr tocar el género noir en ausencia de policías, gángsters y detectives privados. Si bien Edward G. Robinson jugaría aquí a hacer de detective y el dueño de la compañia de seguros de policía torpe, los "villanos" no son personas que se muevan fuera de la ley a excepción del personaje de Barbara Stanwych. Incluso el personaje de Fred MacMurray en el último momento inspira cierta compasión y los espectadores pensamos en el perdón, aspecto que no hubiera ocurrido de haberse podido estrenar el final alternativo que narra el suicidio de los dos personajes y que al final no se admitió. Otro toque mágico del señor Wilder, ese todoterreno que igualmente nos hacía reír con faldas y a lo loco o emocionarnos en ese apartamento esta vez nos sumerge en lo más oscuro del cine negro con la inestimable ayuda en la fotografía expresionista de John Seitz. Con diálogos en doble sentido Wilder consigue burlar a la censura sin quitar el encanto ni disminuir la potente carga sexual que ya tenía la novela. Hasta aquí mi experiencia nocturna con una de las imprescindibles del género que mejor acompaña las noches más aciagas (Hablo de cine).
Les dejo con uno de los mejores comienzos de la historia del film noir

martes, 11 de mayo de 2010

La última noche del señor Baxter (Relato cinematográfico)

Una lluviosa noche de invierno se descuelga por las ventanas de un edificio en Nueva York y oscurece toda la calle respetando únicamente a ese pequeño bar que permanece abierto hasta que se derrumbe el último cliente. Allí en la barra estoy yo, una noche más, intentando responder la misma pregunta de siempre... ésa que nunca obtendrá respuesta. Parezco borracho pero no lo estoy, sólo llevo cuatro martinis; lo sé porque siempre dejo los palillos de la aceituna en la barra y de esta manera llevo la cuenta de lo que he bebido.

Recuerdo que la última vez que vine aquí era Nochevieja, una mala noche en que parecía que me hubieran arrancado el corazón. Esa noche me emborraché demasiado. -"Después de todo, así debía empezar el año...quien mal anda, mal acaba"-. Vaya. Esto último lo he dicho en alto, espero que nadie se haya percatado. El camarero lo ha escuchado pero finge no haberlo hecho. Joe es un buen camarero. Finge no escuchar ciertas cosas pero sabe oír a todo el mundo, finge no ver ciertas cosas pero vigila a todo el mundo. A mí me gusta Joe. Le pido que me ponga el quinto de la noche y me sirve inmediatamente, siempre sonriendo. Bebo y pienso que es muy curioso todo. Aquélla noche de fin de año me emborraché por la misma mujer por la que hoy vuelvo a estar aquí bebiendo. Sigo añorándola como el primer día, sigo sintiendo un vacío enorme en el corazón y dentro de él tengo una horrenda tormenta de arena que araña mis entrañas y repite su nombre, que dibuja su mirada y pinta su sonrisa. En casa tengo una maleta hecha y unos billetes que me llevan a ninguna parte con destino en volver a empezar sin ganas de hacerlo y con muchas de acabar; porque aquí ya no hay historia que dibujar y mi papel se ha empapado. Por ella he perdido el sentido, el corazón, mi habitación, mi trabajo y casi la razón. Debo salir de aquí antes de que acabe perdiéndola.

El reloj del bar indica que la medianoche quedó demasiado lejos como para volverse atrás, ya es mañana y no tengo ganas de que lo sea. Definitivamente todo ha terminado, sin ella nada tendrá sentido nunca. Le abono a Joe las bebidas y me despido del local para siempre. En la calle ya no llueve, sólo en mi corazón. Subo a mi apartamento. También es curioso que con todas las noches de amor y pasión que ha albergado entre sus cuatro paredes, en ninguna de ellas me haya tocado a mí ser el protagonista. Bueno, au revoire Apartamento, me voy con rumbo a ninguna parte.

En ese último momento en que la vida se me escapaba entre los dedos y yo partía hacia un lugar del que seguramente no podría haber regresado jamás, apareció Ella. Bella como nunca, con una sonrisa imborrable y con su eterna mirada. Se me acercó y me quitó el abrigo muy despacito. Se sentó en mi sofá, barajó las cartas y me dijo: "No digas más y juega". Esa última partida fue el comienzo de un juego maravilloso




Éste es un pequeño homenaje a una de esas películas que hacen más fácil nuestro día a día de la vida. Aquí se demuestra que, al menos, una vez en la vida hay ciertos milagros que ocurren. Por eso, cuando llega el momento, es aconsejable aprovecharlo. Billy Wilder nos lo explica a la perfección en "El Apartamento" y yo siempre me he acordado de él en los peores momentos. Para recordarlo me he intentado meter en la piel del señor Baxter justo antes de la última escena de la película aunque reconozco que me he inventado algunas cosillas. David, en su último post, habla de esas mentiras que cuenta el cine (más concretamente John Ford) y que nos hace más fácil vivir la realidad de nuestras vidas. Así que hay que seguir confiando en el cine, cinéfilos.

jueves, 18 de marzo de 2010

Irma, la douce (Billy Wilder. 1963). La visión de Moustache, desde la barra de un bar...


¿Han estado alguna vez en Paris?, ¿han llegado a ver el amanecer desde la torre Eiffel?, ¿han paseado a orillas del Sena?. Aunque lo hayan hecho, como turistas, no han podido conocer el Paris verdadero. Nunca podrán descubrir el Paris que yo habito, el canalla, "la ciudad del amor... amour perdido". Esta historia no trata el brillo de la ciudad de la luz sino la noche sin luna que a muchos les toca sufrir. No habla de los lujosos estanques del Palacio de Versalles sino de las putrefactas cañerías de la ciudad más grande del mundo. Este cuento no narra el apacible y romántico paseo del Bateau Mouche sobre el río Sena, más bien cuenta la vida que transcurre debajo de uno de sus olvidados puentes. Desde la barra de este Cafe la vista no me alcanza para ver los Campos Eliseos desde la Torre Eiffel sino para saber lo lejano que se eleva el cielo aún desde esa altura. Este relato comienza con un corazón de tiza dibujado sobre el asfalto. Un corazón borrado al amanecer por un barrendero parisino porque, después de todo, puede que el amor verdadero sólo exista una noche que algunos ni siquiera hemos vivido… pero eso es otra historia.

Detrás de la barra de mi humilde bar, situado en el estómago de Paris junto al mercado, les puedo asegurar que se sirven muchos más litros de absenta que burbujas de champagne, porque Paris no es como ustedes creen sino como yo lo veo desde mi privilegiado puesto. Paris es la muchedumbre. El pueblo es el corazón que mueve esta enorme ciudad, la gente que no suele asistir al Palacio de la Ópera ni va de cena a un restaurante parisino. Como les contaba, mi pequeño Café está situado en la esquina de una callecita que bien pudiera ser considerada un cielo abierto las veinticuatro horas del día aunque la lluvia arrecie. Aquí las señoritas de vida alegre, de compañía, de saldo y esquina… como quieran ustedes llamarlas, por un módico precio, le pueden convertir en el hombre más feliz del mundo por unas horas. Sólo tiene que dejarse llevar al Hotel Casanova, subir unos peldaños y olvidarse de su mujer. Aquí es donde todo el mundo viene a parar para consolar su absurda vida marital o para aliviar esa cruel soledad que nunca ha podido superar el solterón de turno. Hasta aquí viene el doctor que se quiere curar, el bombero que quiere apagar su fuego, el carnicero que nunca ha visto carne fresca, el clochard que ayer se quiso suicidar a orillas del Sena y que hoy quiere beber las aguas de su salvación, hasta el gendarme que quiere denunciar su propio delito. Todos vienen hasta la calle Casanova, incluso los jefes de la policía tienen arreglos especiales con las chicas. Después, al anochecer, un gendarme despistado se quita la gorra en la barra de mi bar y los chulos pasan por su lado deslizando en su interior algunos billetes. La policía calla, avisa de las redadas y todo el mundo vive en paz y contento. Cuando yo regresé de impartir mis clases en la Sorbona hasta yo me dejé tentar por Kiki “La Cosaca” para subir las escaleras que llevan hasta el cielo de Paris. Pero de todas las chicas hay una, en especial, que es la princesa de la calle. Sí amigos, ningún crack de la bolsa es comparable al vaivén de sus caderas. No hay noche que se pueda comparar con su pelo azabache, ni carmín que pueda acentuar más sus labios rojos ni luna llena tan blanca y brillante como su piel de porcelana. Ella es la reina de todas las abejitas que revolotean por la calle, ella es Irma la Dulce.

En ninguna de mis expediciones por la selva amazónica, en ninguno de mis viajes alrededor del mundo he conocido a una mujer tan bonita, tan dulce… por eso su apodo, amigos. Irma es la chica que más hombres se lleva a la habitación y, en consecuencia, “su hombre” de nombre Hipólito es el chulo más famoso y que mejor vive de todo Paris. Las demás aceptan la derrota, conocedoras de sus posibilidades, y al terminar la jornada todos ríen y pagan sus buenos tragos en la barra de mi bar. El problema viene cuando topas con un pequeño burgués, un gendarme decente y nuevo en la calle Casanova que quiere hacer las cosas bien… bien o mal sería discutible. Pues bien, Nestor Patou (así se llama el gendarme) conoció a Irma y así comenzó una de las mejores historias de amor que recuerdo. Al bueno de Nestor se le ocurrió hacer una redada sin avisar y llevarse a todas las prostitutas detenidas a la gendarmería, incluída Irma. La mala suerte fue que el comisario estaba pasando en el hotel una bonita noche así que Nestor Patou dejó de ser policía de la noche a la mañana.
Después cayó por mi bar, se emborrachó un poquito hablando con Irma y le propinó al chulo de Hipólito una paliza después de que éste intentara maltratar a la pobre Irma. Así Patou pasó de gendarme a chulo de Irma, pero eso no era bastante para él.
Como nuestro amigo es tan pequeño y tan burgués…y con algunos escrúpulos (todo hay que decirlo) resultaba estar molesto, pues no quería que Irma trabajara en la calle para él. Así que, sin que Irma lo supiera, se puso a trabajar en el mercado por la mañana mientras ella dormía. Pero mi amigo tampoco tuvo bastante con ésto. Además de trabajar en el mercado se hizo pasar por un adinerado Lord inglés que se convirtió en el cliente fijo de Irma. Con las propinas que el Lord le daba Irma ya no tenía necesidad de trabajar el resto de la semana. Por cierto que las propinas salían de mi bolsillo, pero esa es otra historia. El caso es que Nestor trabajaba de mañana en el mercado y las noches las pasaba disfrazado de Lord inglés junto a Irma. Entonces le sucedió algo con lo que no había contado: se cansó. Sí, amigos, el bueno de Nestor estaba muy cansado por tener que madrugar todos los días e ir al mercado. Por las noches tenía que representar al Lord ante Irma así que cuando llegaba la hora de ser otra vez el novio de Irma… se dormía. ¡Pobre Patou!, Irma se enamoró del Lord inglés porque su novio no le hacía caso… pero ella no sabía que su Lord inglés era su novio…En fin, Nestor Patou tuvo que “matar” al Lord inglés, hacerlo desaparecer, para recuperar a Irma pero la policía lo acusó de asesinato y terminó en la cárcel. Obviamente la policía no sabía que el tal Lord inglés no existía así que, mientras tanto, Nestor esperaba alguna solución desde la cárcel. Yo actué de abogado, gracias a mi elevada experiencia, pero no pude reducir su condena. Lo que sí pude es hacerle huir de la cárcel haciendo una cuerda con las medias de Irma para que bajara desde la ventana de la celda. Nestor se escapó y se presentó a la policía vestido de Lord inglés para así liberarse de los cargos. Después se casó con Irma, que la pobre esperaba un bebé del Lord inglés, y yo asistí al parto en la misma iglesia. Por cierto, después de asistir a Irma pude ver sentado en los bancos de la iglesia a… ¿saben quién?, pues al Lord inglés… ¡pero esa es otra historia!.

Esta ha sido mi manera de contar una de las películas que más me hace reír. Prefiero “El apartamento” pero “Irma la dulce” es tan tremendamente loca que es el Billy Wilder que más me hace reír. Para contarles esta película me he metido en la piel de uno de sus personajes, el simpático Moustache interpretado por Lou Jacobi. He intentado contarles esta disparatad historia tal y como él la hubiera contado. Me encanta Shirley Maclaine en este papel, está irresistible. Jack Lemmon está genial, como siempre. Si vemos la versión original podemos apreciar cómo habla con perfecto acento inglés cuando protagoniza el papel del Lord y, sin embargo, su manera de hablar como Nestor Patou es totalmente distinta. En fin, una ingeniosa película de genios.

Escena de la primera noche que pasan juntos Irma y Patou. Es mi escena favorita:


Ahora les dejo con unas simpáticas fotografías de Irma la dulce: