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miércoles, 6 de octubre de 2010

The night of the hunter (Charles Laughton. 1955)




El británico Charles Laughton fue según Billy Wilder el mejor actor con el que se podía trabajar. Formado teatralmente en Londres pronto sorprendió en los escenarios de Chicago o Nueva York llamando la atención de los cazatalentos de Hollywood lo que desembocó en su primer contrato con la Paramount. En su meteórica carrera su nombre ascendió como la espuma y sus  innumerables interpretaciones lo situaron entre los más grandes actores del panorama cinematográfico. Pero en 1955 a Laughton se le ocurrió dirigir su primera y única película: "La noche del cazador" sobre la novela homónima de David Grubb con el que mantuvo un estrecho contacto durante todo el rodaje. Con esta obra Laughton recrea una atmósfera impregnada de la influencia del expresionismo alemán con un toque fantástico y en ocasiones surrealista para contarnos una historia de terror que, a priori, es para niños y que termina siendo una obra maestra aterradora para cualquier adulto. A continuación, un poquito de argumento.
 Ben Harper, después de un atraco, confía el botín conseguido a su hijo pequeño con la condición de que nunca revele su paradero. Ese dinero ayudará a la precaria situación que vive la familia. Después de confiar el botin a su hijo, Ben es apresado por la policía. Ya en la celda Ben Harper coincide con el reverendo Harry Powell (Robert Mitchum) y en sus sueños revela el paradero del botín. A partir de entonces Powell comienza una decidida y enfermiza persecución para conseguir el botín y Harper muere. Al llegar al pueblo Powell se casa con la viuda de Harper para así estar cerca de los niños, conocedores del lugar secreto donde se oculta la fortuna. Después de una serie de sucesos que no quiero desvelar por si alguien no la ha visto todavía, los niños comienzan una escapada agónica para librarse de Powell. La personificación del mal en una figura religiosa (un lobo vestido de cordero), con el extraordinario papel de Robert Mitchum como el reverendo Harry Powell, y esa interminable persecución a unos niños desprotegidos crea en el espectador una sensación agobiante e inquietante incrementada por unos maravillosos planos en blanco y negro (como el de la cabecera), por la fotografía de Stanley Cortez y la música de Walter Schumann.
Además de ese ambiente angustioso Laughton nos obsequia, durante la escapada de los niños por el río, con unas imágenes de una belleza plástica inmensa en las que no hace ninguna falta el color y donde ya se puede apreciar el gusto de Laughton por los documentales. Claros de luna brillando por el río, el dolor en la cara de los niños, que en poco tiempo han visto desaparecer a sus padres, y siempre la imagen del villano detrás, que nunca les pierde la pista. En esta imagen de la izquierda podemos ver un descanso en la escapatoria de los niños, cuando pasan la noche en un granero abandonado. A lo lejos la imagen del reverendo Powell llegando a caballo. Secuencia totalmente sobrecogedora. En la fotografía de debajo podemos ver a Robert Mitchum (Powell) esperando bajo la ventana de los niños con su sombre proyectada
por la farola.

La mirada, el rostro y el uniforme de negro impoluto con el que viste el personaje de Mitchum es toda una sobrecogedora recreación de la figura del mal con una interpretación soberbia y un juego de luces y sombras siempre inundando la escena en la que él es el protagonista. Así como la monótona canción infantil con la que llama a los niños para que acudan a él es como un tema que se repite debajo de una persecución interminable llevada a cabo por un ser insaciable e incansable.

Uno de los detalles favoritos está en el personaje de Lillian Gish, la dama por excelencia del cine mudo que aquí fue recuperada por Laughton para un papel conmovedor. En una escena impactante Lillian Gish es retratada en un primer plano sin concesiones mientras ella habla a la cámara diciendo: "En este sucio mundo que me ha olvidado, aún tengo mucho que decir". Esta frase adquiere un doble sentido al estar interpretada por una figura del cine mudo que, con la llegada del sonoro, estuvo condenada a ser olvidada. Me parece uno de los momentos más sublimes de la cinta. Lillian Gish encarna al bien, frente a la figura de Powell, en una adorable señora que acoge a niños huérfanos o simplemente pequeños de los que no se pueden hacer cargo los padres.

Una película totalmente imprescindible que yo había olvidado.